La industria de la música y el cine clama por nuevas medidas contra la piratería, y los Estados se esfuerzan por cumplir con sus reivindicaciones. ¿Pero realmente la solución de este problema está en criminalizar a los internautas? El pasado año Francia aprobaba una ley según la cual se suspendía el servicio de Internet de aquellos que realizaran descargas ilegales, un paso atrás para una sociedad que está encaminada a avanzar con ayuda de las nuevas tecnologías.
En España existe el canon digital, un pago por hacer copias del producto original. Es el precio de hacer lo que se quiera con un producto que ya se ha pagado, unos ingresos que sirven para paliar las pérdidas provocadas por el intercambio de archivos en Internet.
El verdadero problema que hay que solucionar es un cambio en la conducta de los consumidores de los productos culturales producido por el progreso de las nuevas tecnologías. En todos los mercados las empresas intentan adecuarse a los hábitos y necesidades de sus compradores, en cambio, el sector cultural se abstiene de hacerlo y pretende que sean los consumidores los que se adapten a su sistema de mercado actual.
La industria cultural parece dar señales de un lento despertar con propuestas como la del Royal Shakespeare Company que lanzó una versión del clásico Romeo y Julieta para móviles y Twitter. Incluso hemos podido ver como los certámenes literarios se celebran en las pantallas de nuestros teléfonos móviles, como promueve el Concurso Literario de Hiperbreves Movistar, que elige el mejor relato vía sms con un límite de 157 caracteres. Toda una demostración de la posibilidad de conjugar arte y nuevas tecnologías.
La sociedad actual marcha con pasos agigantados hacia el consumismo por lo que el intercambio de archivos del que se lamenta la industria cultural no es el peligro real. Tiene que darse cuenta de que se enfrenta a la transformación o a la desaparición.
En España existe el canon digital, un pago por hacer copias del producto original. Es el precio de hacer lo que se quiera con un producto que ya se ha pagado, unos ingresos que sirven para paliar las pérdidas provocadas por el intercambio de archivos en Internet.
El verdadero problema que hay que solucionar es un cambio en la conducta de los consumidores de los productos culturales producido por el progreso de las nuevas tecnologías. En todos los mercados las empresas intentan adecuarse a los hábitos y necesidades de sus compradores, en cambio, el sector cultural se abstiene de hacerlo y pretende que sean los consumidores los que se adapten a su sistema de mercado actual.
La industria cultural parece dar señales de un lento despertar con propuestas como la del Royal Shakespeare Company que lanzó una versión del clásico Romeo y Julieta para móviles y Twitter. Incluso hemos podido ver como los certámenes literarios se celebran en las pantallas de nuestros teléfonos móviles, como promueve el Concurso Literario de Hiperbreves Movistar, que elige el mejor relato vía sms con un límite de 157 caracteres. Toda una demostración de la posibilidad de conjugar arte y nuevas tecnologías.
La sociedad actual marcha con pasos agigantados hacia el consumismo por lo que el intercambio de archivos del que se lamenta la industria cultural no es el peligro real. Tiene que darse cuenta de que se enfrenta a la transformación o a la desaparición.
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