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martes, 11 de mayo de 2010

El lado más intimo de Julio Medem


Siguiendo las indicaciones de Elena Anaya, actriz protagonista de Habitación en Roma, nos acercamos hasta los cines Renoir Princesa, para ver la cinta en versión original. Según explicaba la propia actriz, la historia estaba hecha para ser vista en el idioma original.


Cuando llegamos, una pareja aguarda frente a la taquilla y mientras esperamos nuestro turno, el cartel que anuncia la película permanece mudo, no desvela nada. Entramos en la sala y buscamos los asientos adecuados, los que nos permitan leer con claridad, mientras las luces continúan encendidas.


La sala parece tener ese ambiente intimista, propio de los cines pequeños, que te hace sentir rodeado de personas familiares, aunque nunca antes las hayas visto. Cuando las luces de apagan, todo hace presagiar que el cuento de Medem está hecho para ese momento, para esa intimidad.


Comienza a sonar, Loving Strangers de Russian Red, mientras la cámara se aproxima a dos chicas que andan por una calle de Roma. A partir de ese momento, ya se ha instaurado en la sala un sepulcral silencio, y toda nuestra atención se concentra en esas dos extrañas.


Durante casi dos horas, Julio Medem nos lleva a una habitación de un hotel, donde se concentran todas las emociones que el amor puede dar. Entre cuatro paredes y en tan solo una noche, rodeadas de historia y sensaciones, dos desconocidas demuestran que en ocasiones un minuto basta para conocerse.


Termina el film con la misma canción del comienzo, mientras, nadie se mueve de sus asientos. Los créditos pasan mientras nosotros nos resistimos a abandonar la sala, es el momento para disfrutar de las sensaciones vividas. El silencio poco a poco se va rompiendo y las luces se encienden.


Cuando salimos a la calle, sopla un viento impropio de primavera, hace frío y de pronto sentimos como la intimidad se esfuma. Ya no estamos en Roma, sino en Madrid. Ahora solo podemos esperar a que llegue otro momento mágico que nos permita volar a algún lugar del mundo mientras nos cuentan una bonita historia.



María Moya Jiménez

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