
El jurado del Pritzker, el conocido como nobel de la arquitectura, no ha tenido ninguna duda en otorgar el galardón de éste 2010 al estudio japonés SANNA, formado por Kazayo Seima y su socio Ryue Nishizawa. Es la primera vez en la historia del premio que éste se concede a un hombre y una mujer que trabajan conjuntamente aunque también firman obras de manera individual. Los miembros del jurado, justifican su fallo argumentando que Seima y Nishizawa son un ejemplo del trabajo en equipo y los definen como exploradores del espacio colectivo, además de valorar la simplicidad estética y complejidad técnica de sus obras.
El estudio SANNA fue creado por Seima, pero no fue hasta 1995 cuando ésta abrió sus puertas a su socio, Ryue Nishizawa. La japonesa asegura que su ahora socio le hacia dudar de todo, por lo que consideró necesario tenerlo cerca y probablemente ésta decisión fue definitiva para conseguir el Pritzker. Lo más curioso y sin embargo revelador es que ellos huyen de todo protagonismo, ello queda reflejado en sus construcciones, sencillas y delicadas, alejadas de cualquier ostentación.
Desde que grandes teóricos de la arquitectura como Le Corbusier o Mies Van der Rohe dejaran su legado, se impusó la tendencia en está rama del arte de que todo tenía que justificarse, la arquitectura tenía que servir para algo pero también ser fruto de una idea brillante con base filosófica. Seima y Nishizawa se han proclamado los reyes de la arquitectura sin tener teorías reveladoras y sin ser unos idealistas, ellos creen en la arquitectura funcional, por y para el hombre, se dedican a la obra pequeña, lejos de las grandes obras de ingenieria con las dicen no comulgar porque ello conlleva lidiar con el poder.
Estos dos japoneses se coronan y lo hacen investigando sobre los materiales de toda la vida, son amantes del vidrio e intentan integrar en sus inmuebles elementos naturales tales como la luz, el viento y las sombras. Su obra se caracteriza por la supresión de las jerarquías, ningún espacio tiene más importancia que el otro. De ésta forma, trabajando quince horas diarias, no por el volumen de trabajo sino por la dedicación y la delicadeza con la que lo hacen, estos dos humildes orientales llegan a la cumbre.
María Moya Jiménez
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