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Han pasado 30 años desde que Alfred Hitchcock, bautizado como el maestro del suspense, nos dio su último adiós. El director vivió una niñez, solitaria y triste en Londres, marcada por la muerte de su padre durante su adolescencia y el estallido de la Primera Guerra Mundial. Su recorrido vital, tan recordado por sus filmes como por sus extravagancias, llegaba a su fin el 29 de abril de 1980 en su residencia de Bel-Air (Los Angeles).
En el treinta aniversario de la muerte del director, y 50 años después de que Psicosis (1960), su película por antonomasia, fuese concebida, el mundo entero se prepara para homenajearle. En Francia, en la sección de Clásicos del Festival de Cannes, que tendrá lugar del 12 al 23 de mayo, y el Festival de Cine Fantástico de Bilbao (del 3 al 9 de mayo) se exhibirán obras del cineasta. Con la comedia teatral Los 39 escalones, Méjico parodia la película homónima de Alfred Hitchcock bajo la dirección de Rafael Perrín.
Dicen que montaba en su cabeza la película antes de empezar a rodar, que rondaba a todas las actrices que trabajaban para él y que trataba con desprecio a los actores. Pero la verdad es que este hombre se ganó a pulso pasar a la historia del cine. Su aportación al séptimo arte es incalculable. Sólo una mente como la suya podía imaginarse rodar una película con un solo plano o usando un único escenario como demostró en La soga (1948). Un visionario del cine que siempre guardó un lugar especial en sus creaciones para la música, un elemento que consideraba de más importancia que las propias imágenes.
Pintar carteles fue su primera aproximación al cine, a lo que siguió escribir guiones y trabajar como ayudante de dirección. Influenciado por el talento europeo de Murnau o Fritz Lang, pronto se hizo con los elogios del público, no así con los de la crítica. La adaptación de Rebeca fue su primer trabajo al otro lado del charco, largometraje por el que ganó un Oscar a la mejor película. Pese a conseguir hasta seis nominaciones, la estatuilla al mejor director nunca llegó a adornar su vitrina. No obstante, sí recibió un reconocimiento a toda su carrera profesional como director de cine de La Academia Británica de las Artes Cinematográficas y de la Televisión, equivalente a los Oscar en el Reino Unido.
Alma Reville, su mujer, fue una prometedora actriz que no dudó en dejar a un lado su carrera para seguir la estela de un genio. Un fallo cardiaco acabó con la vida de su esposa en 1971, y éste momento marcó el declive del cineasta. Su salud se resintió hasta tal punto que tres años después necesitó la implantación de un marcapasos que lo acompañó hasta el desenlace final.
Tras tres décadas sin el director, ningún otro aspirante ha conseguido revolucionar el panorama cinematográfico como lo hizo él, pero son muchos los que han sido inspirados por su figura, siempre presente en un segundo plano de sus creaciones.
Valle Valmaseda